De mansos y encierros


foto:navarra.com
No se trata de proteger a los corredores: se trata de proteger al toro. Que Pamplona sea la Feria del Toro no significa que los astados sean más grandes o participen en más actos que en otros sitios: significa que ellos son el centro de la fiesta, y por eso en buena medida el programa festivo se ha adaptado al ritmo taurino, y la fiesta entera gira en torno a ello: no hay San Fermín sin Feria del Toro.

Tampoco encierros sin corridas. Conducir entre la muchedumbre a una manada de toros y cabestros implica riesgo, emoción y espectáculo. Pero conviene no olvidar que el objetivo del encierro no es ninguna de esas cosas: es llevar a los seis astados sanos y salvos a los corrales de la plaza, de la manera mas rápida y limpia posible. A ello deben adaptarse los corredores, como mejor deban o puedan. Éstos se acomodan a las circunstancias, tan distintas cada mañana: al carácter de cada hierro, al estado del suelo, al tiempo, al número y tipo de corredores, a las propias sensaciones de cada cual. La lista es interminable.

Por eso el buen corredor no es el que coge toro y aguanta veinte segundos siendo el centro de las miradas de espectadores y telespectadores: es aquel que sabe adaptarse a cada encierro, acompasarse a la manada, unirse en cierto modo a ella sin modificar su carrera. Uno de los problemas de los encierros actuales, la búsqueda de protagonismo, la necesidad de destacar, la obsesión por ser reconocido, surgen precisamente del olvido de que, en el encierro, el protagonista no es el corredor, sino el toro y la manada. 

Aunque algunos de los corredores más indignados lo olviden, Pamplona necesita contar con los mansos más nobles, fiables y rápidos. Cabestros que arropen a la manada, la guíen y la protejan de los peligros de la carrera. Si no hay encierro sin corrida, no hay encierro sin mansos competentes: éstos mandan, y el corredor obedece. Por eso, ceder a la doble pretensión -la mediática de unos medios de comunicación que buscan espectáculo y de algunos corredores frustrados-  es un error: el encierro ya posee suficientes elementos de incertidumbre y descontrol como para especular con “la emoción”, máxime cuando ésta, en la actualidad, implica polémica, y la polémica debilita y debilitará al encierro.  

Otegui en TVE

Llegó, vio y venció. La entrevista a Otegui en TVE mostró dos cosas: la voluntad y determinación del dirigente de Bildu, y la falta de conocimientos y de preparación  de sus entrevistadores, expresion a su vez del despiste de la sociedad española a propósito del "fin de ETA".

Se han destacado muchos aspectos  del triste episodio. Lo más importante, a mi modo de ver, es la afirmación, hecha además en primera persona, de que ETA cambió de estrategia  cuando concluyó que no "necesitaba la utilización de la violencia armada para conseguir sus objetivos políticos".  Traducción: llegó un momento en que la estrategia de las bombas y los tiros no era rentable, y se reemplazó por otra, de ruptura de las instituciones desde dentro. Difícil explicarlo mejor que su protagonista.

No es cierto que el Estado haya derrotado a ETA: forzó a la banda a buscar otras vías para lograr sus fines, que es cosa bien distinta.  Vías que pasaban por dos direcciones: por un lado, la toma del poder a través de mecanismos legales; por otro, la puesta en libertad de los presos y su reinserción, no ya social,sino política. De lo primero, no hay más que ver el poder real territorial en algunos pueblos del País Vasco y Navarra, además del papel determinante que Bildu tiene en esta última comunidad. De lo segundo, el rosario de terroristas que salen de la cárcel a los pocos años crece cada año. Ya sabemos que ni los más sanguinarios van a pudrirse en la cárcel.

El problema de Otegui no es su pasado: es lo que representa para el futuro. El clima podemita en los medios de comunicación, el desdibujamiento ideológico del PP y el giro frentepopulista del PSOE le han dejado la puerta del poder entreabierta. Quienes hoy blanquean a Otegui no son conscientes de las consecuencias de su llegada a Lehendakari, cuyas posibilidades aumentan con la estrategia de blanqueo de Bildu por motivos cortoplacistas. Su creciente protagonismo muestra que él y ETA tienen razón: la nueva estrategia es más efectiva y tiene menos riesgos.

-->

Raymond Aron, un liberal solitario

El 17 de octubre de 1983, Raymond Aron se desplomaba víctima de un infarto en las escaleras de La Conciergerie, el Palacio de Justicia de  París. Salía de testificar a favor del historiador Bertrand de Jouvenel, acusado de colaboracionista por el israelí Zeev Sternhell en su último libro, denuncia escrita del  fascismo europeo. Las crónicas judiciales cuentan que el testimonio de Aron sobre la vida y obra de Jouvenel, su crítica demoledora al libro en cuestión, "Ni droite ni  gauche", fueron fundamentales para que éste fuese condenado por el tribunal por difamación.

Aron, judío francés, voz temprana ante el hitlerismo, figura destacada de la resistencia en Londres, se encaraba en su último día de vida con un panfleto de denuncia del antisemitismo, de un escritor judío militante, y aportando criterios intelectuales a un desagradable proceso judicial por difamación. Su muerte, en medio de una polémica, en este contexto de paradojas y aparentes contradicciones, constituye fiel reflejo de su trayectoria intelectual, de su particular manera de ser liberal en el siglo XX.

Raymond Aron y Carl Clausewitz

En gees.org publico la reseña de excelente libro de Aron "Sur Clausewitz", la más completa tentativa de explicar la filosofía del autor prusiano al lector occidental hasta que el propio Aron publicó "Penser la guerre" poco después. La editorial Nueva Visión, de Buenos Aires, publica ahora la obra en español. Para quien conozca la trayectoria intelectual de Aron, llama la atención el entusiasmo con el que se encuentra con la obra del prusiano. En el fondo, la clave es una afinidad vital e intelectual de Aron con Clausewitz. Cuando el filósofo francés se sumerge en la obra del militar prusiano su teoría sobre la política y las relaciones internacionales está ya formada, y el autor del "Vom Kriege" supone para él un feliz descubrimiengo. Con Clausewitz le ocurre como con Tocqueville: en él se descubre a sí mismo.